jueves, marzo 26

autoridad y respeto

estaba yo dormido anoche, y de una nada que tenía el color de la niebla y la espesura de un algodón de feria, apareció Don Miguel de Unamuno y me dio una patadita en la espalda. no estaba él parado sobre el colchón, sino que, como la cercanía con el suelo me calma el calor, la cama donde duermo no tiene patas.
si todavía no se lo cuento a todos los que conozco, y si sentado puedo escribir como no podría saltando de alegría, es porque sospecho que aquel tipo no era Don Miguel. Unamuno, creo, no me habría despertado de ese modo, no me habría sugerido asaltar un banco y, sobre todo, nunca tuvo, o nunca lo supe, una cola.
pero es tan respetable la figura de Don Miguel, que, sin que mi buen juicio pudiese intervenir mis macabras decisiones, conseguí esta tarde un estupendo revólver que estrenaré mañana a las nueve en punto. qué le vamos a hacer.

estos muchachos de ahora

a veces, después de la medianoche, escucho gritos de niños, risas alegres y otros misterios infantiles que vienen de la calle. si tuviera diez años menos, me escondería debajo de las cobijas y trataría de convencerme de que mi cabeza no funciona como debería. pero no tengo diez años menos, y sólo puedo pensar que los tiempos han cambiado.

martes, marzo 24

esperanza

en la última casa de la calle donde vivo hay un hombre con la bitácora llena de fracasos. jura que un día, cuando el concentrado de condiciones adecuadas esté bien cocido, se levantará y provocará una epidemia con la rabia que lo está torturando.
sus enemigos están muertos desde hace quince años, y las piernas ya no le funcionan bien, pero aún escucho sus insultos cuando camino por su banqueta y memorizo sus promesas negras.
esta mañana le dejé en la puerta un manual con instrucciones para construir bombas caseras. espero con toda mi alma que recuerde todavía cómo leer.