y ya no había nada más qué decir, porque el problema era irresoluble. si alguna vez habían sido simples las cosas, había sido por su inmediatez.
caminaron por el malecón hasta el amanecer. no decían nada. a veces se miraban: él hacía un gesto y ella lo contestaba. cualquiera habría dicho que todo estaba bien. los cangrejos huían hacia las piedras del rompeolas cuando sentían el andar pesado de la pareja. a veces, un camión, otro, un auto, pero podía decirse que estaban solos. llegaron a la estación y no se despidieron. decidieron recordarse sin lágrimas, el llanto podía echarlo todo a perder.
ambos sintieron un vacío en la carretera, ella rumbo a ciudad juárez, él rumbo al centro del país. si hubieran sabido que no volverían a verse, aún cuando ya no se querían, se habrían permitido la cursilería de llorar.