Once de la noche. Bellas Artes. El metro no llega, y dos ratones pelean por una barra de chocolate sobre las vías. Persiguen, saltan, muerden. Roberto se pierde en la riña gris, y cuando parece que uno de los roedores ha triunfado, el otro ataca por la retaguardia. Todo se va al carajo luego de que arriba el convoy anaranjado del sentido contrario.
Roberto quiere descansar, pero los policías vigilan las falsas esculturas mayas. Quizá el suelo, aunque pararse será difícil. Con envidia, se concentra en las personas que van sentadas dentro del vagón. Una pareja se besa y un anciano se rasca la cabeza. La mirada vuelve a la pareja que se besa. Ojalá Liliana anduviera cerca. Pero Liliana anda cerca, y besa y abraza, y está sentada. Sorpresa. Roberto vuelve a mirar a Liliana. Admiración. Vuelve a mirar y nota un peinado distinto. Suspiro. Mira de nuevo, y es Liliana, pero con un peinado distinto, y con un hombre distinto, y en un asiento que no es el de todos los días (quizá sí, pero no con él). ¿Por qué Roberto no suelta espuma? ¿Por qué no suda?
El metro se va. La música es mala, pero tranquila. Los ratones regresan y chupan el chocolate aplastado en las vías. El metro se va. De este lado, otro llega. Roberto aborda y, a pesar de las prohibiciones, fuma un cigarro.