viernes, mayo 24

1. In media res

[Digresión de un texto más largo.]



Concíbase el multiverso como un sistema apenas binario de universos interdependientes. El complejo informático que da soporte a la existencia de cada uno está contenido en el mundo material del otro. El nodo es la computadora cuántica de un laboratorio que se emplea para las investigaciones dirigidas por un apasionado profesor de física cuyos becarios hacen bromas sobre su aspecto, a sus espaldas. Lo apodan E. Brown. Puesto que las universidades mexicanas, a pesar de la calidad científica de sus egresados, sueñan con tecnología como la del CERN y se pelean más por la posición jerárquica que por el contenido, el contexto ha de ser internacional: austriaco, quizá. No descarto la fuga de cerebros, y tal vez el apellido del personaje principal sea Soto: para el desarrollo de la narración no importa mucho, e igual podría tratarse de un orgulloso Von der Walde. Si no se puede escapar del nacionalismo, se notará lo mexicano de alguna manera en el estilo. 
El buen posdoctor Brown silba la misma canción todas las mañanas, porque ama su trabajo. Y lo ama doblemente, puesto que su homólogo Brown Testado hace lo propio en el universo idéntico de tan paralelo que se aloja dentro de la computadora del laboratorio. También ama a una profesora de literatura con la que ha intercambiado apenas cuatro docenas de palabras; todo el mundo lo nota, incluso ella, y quizá le correspondería, pero él duda, porque ¿cómo puede amarse tanto lo que apenas se conoce? Esos detalles de su vida personal también son irrelevantes, y sólo pueden servir para mantener la atención de un lector que necesite el romance en una historia y que continuamente tienda a preguntarse cómo alguien tan inteligente puede ser además tan estúpido, distractor muy conveniente para encubrir otros intereses narrativos con potencial efecto sorpresivo. El verdadero amor del doctor es otro, y no hay espacio para alojar más corazones. Sus becarios, por ejemplo, podrían manipular la máquina según la regalada gana que tuvieran, pero se conforman con un módico salario y la posibilidad de ganar renombre; Brown, en cambio, se olvida del trabajo cuando se sienta a menear el juguete que le ha dado el centro de investigaciones. Es afortunado, porque en estudios similares trabajan equipos completos de académicos consumados, y él tiene el privilegio de estar solito con gente dispuesta a seguir órdenes puntualmente.  
Una noche, mientras lee una noticia sobre el Instituto SETI y la recepción en una antena de la serie de Fibonacci, se le ocurre aislar los datos equivalentes a las señales de radio de nuestro amado mundo real. Se entusiasma tanto que se le olvida el orden de la semana, y al día siguiente, domingo, trabaja solo en el laboratorio. Por la tarde cuenta ya con una muestra considerable de datos tomados del mismo punto en la variable espacio, considerada su expansión, pero con saltos rítmicos en los valores de tiempo. Puesto que el pequeño experimento no forma parte del plan adoptado por el equipo, la analizará en sus ratos libres, de lo que en las siguientes semanas obtendrá un aspecto aún más exótico. 
Entre una onda uniforme con mínimas variaciones, encuentra una singularidad que le recuerda el episodio de la señal WOW. Vuelve a tomar muestras, restando una constante temporal determinada mediante un breve cálculo en un punto distinto de su espacio, y no halla nada. Modifica la variable espacio, y vuelve a fracasar, por lo que repite el procedimiento, siempre tomando en cuenta la velocidad de la luz y su constante, y luego de varios intentos consigue un segundo punto donde halla la misma señal, con lo que obtiene una dirección probable. Así se facilita el hallazgo de un tercer punto y se permite proponer una ecuación para definir la trayectoria que ha de rastrear en su búsqueda del origen. Falla varias veces, pero cada error fortalece su precisión; afina la igualdad con ahínco. Se le dificulta, por los efectos de dispersión de las ondas electromagnéticas, la curvatura del espacio-tiempo y el movimiento de los astros, a cada paso más evidentes. ¿Resultaría sencillo este procedimiento estando dentro del sistema? Quizá no, tal vez varias consideraciones desconocidas estorbaron el estudio profundo de la señal WOW. Comparar una señal de radio manipulada artificialmente con el poder y la intensidad de la luz de una estrella ha sido un error. La paradoja de Fermi no es tal con los conocimientos apropiados. 
Dieciocho meses le ha costado al profesor la paz, por fin encuentra el punto desde donde se emiten los datos que ha rastreado en su complejo sistema simulado. La simple automatización habría sido posible, pero la investigación mantiene aún su carácter extraordinario, y no conviene llamar la atención sobre el uso adicional de recursos: otra computadora cuántica, la labor especializada de un ingeniero. Por la mañana, el Instituto SETI ha hecho otro anuncio, pero nuestro doctor prefiere no perder el tiempo y se adelanta a llegar al laboratorio antes que otros, como lo ha hecho para sostener su secreta curiosidad durante el último año y medio. Extrae datos continuos que conforman, en efecto, una configuración anormal. Ha encontrado inteligencia surgida accidentalmente dentro de su experimento, y se concibe a sí mismo como un dios con una extraña eternidad, capaz de moverse a todos los eones, desde el gran pum hasta los últimos rincones entrópicos, pero perdido siempre en un espacio cambiante, desorientado, desubicado, incapaz de ver los detalles del todo. Mortal y omniimpotente, al cabo. El universo era sólo una descompresión de datos definida por ciertas leyes basadas en las propiedades de esos mismos datos para combinarse, permutarse, eliminarse y mantenerse estables, como las matemáticas, sin ser matemáticas. 
A cambio de la información extraída, introduce un breve mensaje en el lenguaje de las ondas de radio: “no estáis solos”. Tarda algún tiempo más en procesar la señal: ¿qué podría contener? ¿Audio? ¿Imágenes? ¿Es un faro para la navegación cósmica? No, porque resultaría innecesaria la variación de notas, además de que las ondas emitidas desde la primera transmisión de una civilización con la suficiente pericia tecnológica podrían ya servir para ese propósito. La alimentación directa a algún dispositivo que pueda hacer una reproducción no funciona. Buscar el formato analógico adecuado quizá sea simple, pero hay que tener la clave, como si de una desencriptación se tratara. Se le ocurre, entonces, que su pequeño universo tiene púlsares bien ubicadas, y que podría extraer los datos de uno en particular y decodificar sus ondas de radio usando como referencia ondas de una púlsar real. Se da a la tarea, queda pendiente precisar detalles, y cuando consigue aproximar los patrones, confiando en que su universo simulado alcanza una fidelidad óptima, somete al mismo procedimiento sus ondas de radio virtuales. Luego, alimenta con ellas distintos aparatos, y cuando llega a un decodificador tradicional de frecuencia modulada, logra escuchar ese maldito éxito que no hace mucho se reproducía en todos lados: Despacito 
Aquí necesito hacer una pausa dramática, quizá con la división de la novela en dos partes. La primera retahíla de capítulos terminaría en este punto, y la segunda no comenzaría inmediatamente con la solución del suspenso traído por aquella fatídica canción. ¡Ay bendito! El doctor ha de estar enfurecido, y piensa tal vez en algún tipo de contaminación que no puede explicarse. Malditos becarios, bien haría en correrlos a todos y contratar gente más entusiasta. La atractiva profesora de literatura le dirige la palabra, y él, atrapado en cavilaciones, la ignora, con lo que la pierde para siempre, y en adelante ella fingirá no verlo cuando se lo cruce en los pasillos.  
Quizá habría sido mejor enamorarse de una persona y no del origen del universo; quizá el amor sea igual de absorbente en ambos casos, pues los dos habrían conducido a la desgracia al buen protagonista. Estas meditaciones del narrador lo llevan a describir un cosmos paralelo donde el doctor se divorcia de su profesión y se entrega a la letrada Emma, con quien vive feliz algunos años hasta que el cáncer los separa antes de la muerte, con dolor y horrores ante los cuales nada puede hacer el amor. Pero ése no es el tipo de novela que buscamos él y yo, su creador. Nos entretenemos todavía dos capítulos en describir la mente de Emma, quien no había sentido en realidad tanto interés hasta ese momento, y estuvo invadida por la indignación desde entonces. Había ella notado el interés de nuestro extravagante obsesionado, y ahora no sólo lo echaba en falta, sino que además lo maldecía. Todavía más en lo hondo, una segunda Emma deseaba en secreto una reparación sentimental digna de caballeros y princesas, pero la Emma de la conciencia inmediata impedía el desarrollo de esos sentimientos, porque el amor cortés le parecía sucio e inmoral cuando no era objeto de estudio en la literatura medieval: allí se convertía en razón para desvelos y profundos razonamientos. Obligada a confrontarse consigo misma, Emma se pregunta luego si la conversión de su diminuto interés en angustioso despecho no será un quijotesco reflejo de su objeto de estudio, y comienza a sentir un miedo que pronto se convierte en terror, porque nadie quiere terminar como Ana Ozores, como Isidora Rufete o como Madame Bovary, por mucha reivindicación que se les eche encima. 
La rabia carcome las semanas de nuestro doctor, convencido de haber perdido dos años de su vida en juegos estúpidos. Se limita a trabajar, de mal humor, como cualquiera. Entre los más perceptivos, algunos suponen ya un encuentro desafortunado entre él y la sabia Emma, e inician noticias con el desamor en el centro del cuadro. Se esparcen así rápidamente, y mientras la pobre Emma se paraliza tanto con la vergüenza que no pierde el tiempo en desmentirlas —en espera de que esa oportunidad le permita al otro ejecutar la sobredicha reparación sentimental—, el otro ni se entera ni se inmuta ni se extraña con el tono de las miradas al que ya su aspecto lo tiene acostumbrado. No lo sabe, pero ni matar un dragón siquiera podría reivindicarlo, porque Emma no necesita que la salven, necesita salir de ese pequeño episodio de amor cortés frustrado que le ha puesto enfrente la vida. 
Esas peripecias de su vida sentimental ocurren, pues, sin que él se entere, y tratando de escapar de su desgracia, se entretiene con la lectura de otras investigaciones y con la dirección de sus proyectos oficiales, ahora de gusto tan amargo. Se actualiza paulatinamente, pues se ha perdido todas las novedades mientras juega, y aunque la investigación implica fracasos, ahora le cuesta asimilarlos. Su revisión cronológica lo demora para llegar al interesante anuncio del Instituto SETI, al que le han jugado una mala broma, pues, tras un breve gesto de entusiasmo a propósito de un mensaje no muy difícil de decodificar, el “no estáis solos” escrito en alemán tras el pequeño esfuerzo no puede entenderse de otra manera. Pero si la comunidad científica se desilusiona o bromea con la noticia, grupos neonazis de todo el mundo se exaltan e intercambian hipótesis conspirativas. Los nazis viven en el lado oscuro de la luna, los nazis establecieron el primer contacto y ahora les responden en su lengua, el universo es ario, y mil estupideces más por el estilo, incluso con mítines caóticos, atentados terroristas y pequeñas explosiones de violencia visibles aquí y allá causadas por una seguridad extremista de que seres con una tecnología superior vienen a la Tierra desde muy lejos a avalar la xenofobia. 
Mientras tanto, nuestro buen doctor tiembla, y comprende que la serie de Fibonacci recogida por las antenas del Instituto SETI en el extremo inicial de sus indagaciones juguetonas es la misma que él se dispone a enviar mañana por la mañana, o pasado mañana o cualquier día de esta semana cuando el primer minuto oportuno se manifieste. Él mismo la recibirá, la alterará sumándole uno y la “retransmitirá” para comenzar a mapear el “reflejo”, porque necesita precisión milimétrica para dar con instantes exactos y no con la aproximación de meses. Otras preguntas lo asaltan, pero sin un controlador virtual apropiado será más difícil responderlas. 
Se esfuerza en dormir, pero fracasa, porque las hipótesis le dan vueltas en la cabeza. ¿Será posible que estemos solos? ¿Cuál era la probabilidad de dar precisamente con la civilización humana dentro de una simulación perfecta? Será quizá porque no es perfecta, sino que está alimentada con una lógica matemática humana. O son las matemáticas universales, tal vez. Una doble coincidencia es perfectamente posible. El sudor frío le mete en la cabeza ganas de una ducha, necesidad de café con piquete, ánimos de cigarrillo.  
Obtiene una segunda señal tras ejecutar sus planes, pero no con un incremento unitario, sino binario, y entonces modifica sus planes y decide no hacer otra retransmisión alterada, para tratar de explicarse aquella paradoja. El mundo material, piensa, no puede ser la manifestación directa de esta interacción informática. Sí así fuese, yo habría recibido en la antena una segunda señal idéntica a la que introduje en la computadora, es decir, la serie de Fibonacci incrementada en uno, pero la recibí incrementada en dos. Eso querría decir…  
Querría decir, entonces, que en la transición hubo un decremento, piensa nuestro Brown testado, quien experimentó con una serie original de Fibonacci incrementada en uno, le sumó otro, y obtuvo como resultado una serie sin alteraciones. En efecto, debe haber una relación entre mi experimento y estos resultados, porque eran más o menos los esperados. Y tras un quebradero inútil de cabeza, decidió realimentar la computadora cuántica con esta segunda señal sin alterarla, mientras que su colega idéntico del universo no testado, lo hizo con la segunda, casi por juego, por superstición, por intuición racional contra las incoherencias. 
Interrumpe los razonamientos del doctor un portazo. Simultáneamente, o no, da igual, Emma y Emma testada entran furiosas, y exclaman que no serán víctimas del amor cortés, que no necesitan reivindicaciones. Sin tiempo para reacción emocional alguna, nuestro buen Brown observa cómo aquella mujer desconecta una máquina que había estado alimentada y en funcionamiento por años, y luego recibe el beso más extraño de su vida, no sólo por ser el único de él hasta ese momento, sino además por un terror que se disipa lentamente. El mundo no se ha terminado de pronto, lo que significa que...