Propongo, para empezar, una discusión ética, y no legal, en torno a la libertad de expresión. Primero, porque espero que la discusión ética guíe las consideraciones sociales sobre este tema, tan mentado en las últimas fechas. Y, después, porque el artículo 6o de nuestra maculadísima constitución dice así:
La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público; el derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos por la ley,y habría que preguntarnos si el orden público actual debe conservarse tal y como está, si no merecería alteraciones para que habite el ciudadano un ambiente más propicio para el cumplimiento cabal de la ley; este problemita ya lo panteó Francisco Zarco el siglo antepasado, y a pesar del canturreo sobre la maravillosa primavera institucional que usan las propias instituciones para defenderse de las críticas, le hicieron los años a tal señalamiento lo que el viento a Juárez. Además, y como el mismo Zarco apuntó sobre personajes de la talla de Santa Anna, habría que saber si es conveniente que individuos como Javier Duarte y sus terceros gocen de la garantía de que la manifestación de ideas no refiera su vida privada. Por otro lado, en tiempos de la diversidad habría que anotar qué moral no debe atacar la sobredicha manifestación de ideas: ¿es que ya llegamos a un consenso y nadie me informó? Y por último, abogados mexicanos, ¿la incitación a delitos no forma parte de otro marco legal? Porque yo podría denunciar a un individuo por sus amenazas, por su acoso, por su extorsión, pero no por expresar sus intenciones, que bien pudo haber ejecutado sin avisarme que pronto me echaría encima esos orines.
Así, pues, la discusión legal la dejo para los eruditos, para los abogados, para nuestro ilustrísimo Congreso, casa de lumbreras y gente capacitada sin lugar a dudas para tratar el asunto a sus anchas, como ha hecho hasta hoy pésele a quien le pese, aunque vayan y vengan las revoluciones. En resumen: prefiero depositar mis propósitos en otro lado, por el momento.
Para todo esto, parto en posteriores partes de este ensayito, publicadas en distintas entradas de mi blog, de varias definiciones que considero importantes para tratar el asunto, y que tal vez ameriten discutirse cada una extensamente y de manera independiente. Y aclaro de una vez que aborrezco la autoridad. No quiero ser una en este tema ni en otros similares. Así, adopto el ensayo también para alejarme de esa figura. Y lo lanzo como punto de partida, no como conclusión, que no podrá ser final jamás desde que la sociedad cambia. Sí, ya sé que la serpiente del aguilita republicana sigue coleteando por ahí, que ciertos apellidos de la clase política se mantienen desde entonces, como si en efecto nunca hubiera gobernado aquí un Porfirio Díaz ni un PRI, pero al menos puedo afirmar que El Siglo Diez y Nueve nunca tuvo una edición electrónica.