jueves, abril 20

Sobre la libertad de expresión en la era de Internet, I



Propongo, para empezar, una discusión ética, y no legal, en torno a la libertad de expresión. Primero, porque espero que la discusión ética guíe las consideraciones sociales sobre este tema, tan mentado en las últimas fechas. Y, después, porque el artículo 6o de nuestra maculadísima constitución dice así:

La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito, o perturbe el orden público; el derecho de réplica será ejercido en los términos dispuestos por la ley,
y habría que preguntarnos si el orden público actual debe conservarse tal y como está, si no merecería alteraciones para que habite el ciudadano un ambiente más propicio para el cumplimiento cabal de la ley; este problemita ya lo panteó Francisco Zarco el siglo antepasado, y a pesar del canturreo sobre la maravillosa primavera institucional que usan las propias instituciones para defenderse de las críticas, le hicieron los años a tal señalamiento lo que el viento a Juárez. Además, y como el mismo Zarco apuntó sobre personajes de la talla de Santa Anna, habría que saber si es conveniente que individuos como Javier Duarte y sus terceros gocen de la garantía de que la manifestación de ideas no refiera su vida privada. Por otro lado, en tiempos de la diversidad habría que anotar qué moral no debe atacar la sobredicha manifestación de ideas: ¿es que ya llegamos a un consenso y nadie me informó? Y por último, abogados mexicanos, ¿la incitación a delitos no forma parte de otro marco legal? Porque yo podría denunciar a un individuo por sus amenazas, por su acoso, por su extorsión, pero no por expresar sus intenciones, que bien pudo haber ejecutado sin avisarme que pronto me echaría encima esos orines.

Así, pues, la discusión legal la dejo para los eruditos, para los abogados, para nuestro ilustrísimo Congreso, casa de lumbreras y gente capacitada sin lugar a dudas para tratar el asunto a sus anchas, como ha hecho hasta hoy pésele a quien le pese, aunque vayan y vengan las revoluciones. En resumen: prefiero depositar mis propósitos en otro lado, por el momento.

Para todo esto, parto en posteriores partes de este ensayito, publicadas en distintas entradas de mi blog, de varias definiciones que considero importantes para tratar el asunto, y que tal vez ameriten discutirse cada una extensamente y de manera independiente. Y aclaro de una vez que aborrezco la autoridad. No quiero ser una en este tema ni en otros similares. Así, adopto el ensayo también para alejarme de esa figura. Y lo lanzo como punto de partida, no como conclusión, que no podrá ser final jamás desde que la sociedad cambia. Sí, ya sé que la serpiente del aguilita republicana sigue coleteando por ahí, que ciertos apellidos de la clase política se mantienen desde entonces, como si en efecto nunca hubiera gobernado aquí un Porfirio Díaz ni un PRI, pero al menos puedo afirmar que El Siglo Diez y Nueve nunca tuvo una edición electrónica.

martes, abril 18

El Hombre pájaro salva Lalalandia




Yo no quería ver Lalalandia, pero me la chuté porque voy a seguir poniendo películas de ciencia ficción, que a mi chica la sacan de quicio (como Life, que es una película sobre una rata marciana imposible de atrapar). Y me gustó, señores. Me gustó desde ese musical en el embotellamiento, que es justo como me lo figuro en el Periférico cuando me quedo atascado. ¿La experiencia visual? Es lo de menos. Prefiero la experiencia irónica, que se percibe desde el nombre: ¿no es acaso "Lalalandia" el título justo para designar ese lugar en el que viven los soñadores romanticones que están solos en el mundo, iluminados siempre en sus propios escenarios y aplaudidos por sus propias fantasías? Cada proyección irreal es una nueva canción insoportable, melosita, exagerada.

Lalalandia y el Hombre Pájaro tienen mucho en común. El personaje de Keaton y el personaje de Gosling, con un pasado de fracasos artísticos, de infravaloración, esperan su oportunidad en las sombras, absorbidos por el sueño de ser adorados por un público al que desprecian. No sabemos si un encuentro con la realidad termina de convecerlos, ¿al final creen vencer el primero a la famosa crítica que se cruza con él en un bar, y el segundo al músico rival que lo invita a formar parte de su banda, aunque el pianista sea un grano en el culo? El interpretado por Keaton se lanza por una ventana, completamente enloquecido (es lo que nos sugiere el final de su película), y el interpretado por Gosling toca en su club una melodía para una sola persona con la que no puede ya comunicarse con palabras: lástima, el hubiera no existe, chavos, no viviste tu sueño con la chica de tus fantasías.

Pero es que además el personaje de Emma Stone, que acompaña al pianista y al hombre pájaro en su ascenso, es la verdadera víctima del fracaso constante de ambos. Como novia de uno, se deja absorber por sus fantasías (que a ella sí le funcionan, aunque ya tiene un segundo plan por si las cosas se van al cuerno, lo cual considera muy probable después de aterrizar del malviaje de éxito desconsiderado que le contagió el otro cual asquerosa enfermedad venérea). Como hija de otro, necesita escapar de los delirios constantes del padre mediante las drogas. A uno lo ve comprometerse con la música que no le gusta (única forma para obtener dinero) en un trabajo absorbente en el que hay que soportar fotógrafos idiotas. A otro lo ve pegarse un tiro para recuperar la fama. No va a funcionar, y ella lo sabe. Escapa, Emma, sé libre, haz tu vida y no te entristezcas con finales alternativos. Gosling no es un hombre suficientemente firme para planear una vida. Keaton no vuela.

La muerte del autor es lo mejor que le puede pasar al personaje de Emma, que es casi el mismo en las dos películas, y quién sabe si también en aquella que interpretó ficticiamente en Francia, basado en esa personalidad inexistente, según el equipo de dirección de utilería que la contrató en Lalalandia. Y ustedes, ¿quieren ser famosos? Olvídense de sus lectores, porque al final ellos también se vengarán cuando se apropien del arte que ustedes hagan. Olvídense de la realidad, aunque no puedan evitar estar parados en ella.