jueves, noviembre 8

Adiós a Don Gregorio

Ayer me enteré de la muerte de Don Gregorio, un simpático borracho fiel a las chivas que cantaba bien bonito las rancheras. Se ahogó con su propia sangre un domingo por la madrugada. Lo encontraron en el baño de su casa vivo todavía; no sabían por qué le costaba tanto trabajo respirar, y cuando llegó la ambulancia, ya estaba bien frío.
No lo conocí tanto como para apreciarlo y derramar unas pocas lágrimas por él, pero he de confesar que, de una forma inconsciente, lo concebía como inmortal. Me costó un poco de trabajo creerlo, tardé alrededor de cuarenta segundos en imaginar su rostro, y aún no puedo recordar su voz desde las escaleras en las que descansaba sus caguamas y sus anchas posaderas.
Don Gregorio no hizo grandes cosas, no se puede decir que haya sido un gran hombre, pero cuentan que cuando su esposa y su hija regresaron de cierto viaje en relación con el placer, tardaron alrededor de media hora en caminar el tramo que va desde la esquina hasta la puerta de su casa (algo así como 20 metros) por el gentío que se había acumulado para el velorio, que ya tenía unas 2 horas ofreciendo café a los invitados. No habían podido contactarlas, se dieron cuenta de lo que sucedía hasta que vieron el interior de la caja.
Así es. Todos conocían a Don Gregorio. Por lo poco que sé de él, creo que le habría gustado que llevaran una playera de las chivas a la hora del entierro, para que luego de la primer carga de tierra, se escuchara un grito cordinado de «gooooool» en señal de despedida.
Descanse en paz, Don Gregorio.