sábado, febrero 22

Raíces en las nalgas

Toma la civilización el camino del sedentarismo radical. La dirección, que se clarificó ya desde hace mucho, sigue el proceso de la transmutación del hombre en piedra. Una piedra consciente de sí misma, pero inconsciente de su inmovilidad. Una piedra con vínculo satelital que cree estar en todos lados, o que está en todos lados, dependiendo del prejuicio con el que se juzgue; así, ubicua, omnipresente, la existencia humana aspira a la simulación concentrada en un idolillo de dios, con poderes inalámbricos.

Se ha disipado el sueño de la conquista espacial: basta con enviar satélites que diseminen la red por todo el universo. Instalemos un servidor en la luna y hagamos ventas espaciales. Vendamos el fondo del mar, con nombres inventados y certificados (inflado el precio del metro cuadrado si se vende desde la superficie de Plutón). La poesía se inventó desde hace siglos, pero no hay nada tan tangible ni tan creíble como un título de propiedad. ¿Te doy el cometa Halley? Payasadas. Todos dan cometas y estrellas y asteroides y el cielo entero. Antes disputaba la propiedad el poeta con los filos de su estilo, pero hoy las letras de fuego imponen la supremacía de quien posea el documento oficial. ¿Quién podía tragarse tantas promesas siderales sin la garantía expedida por una corporación de cartas amorosas?

Mucha pretensión de mi parte presentarme como un vegetal que echa raíces por las nalgas. No soy un ser vivo. Chistes sobre el asunto se hacen todos los días. Soy una piedra con wifi. Soy la deidad caricaturizada. ¿Es que me estoy criticando? ¿Es que estoy criticando a la sociedad moderna? No. Quien así lo vea está valorando mal mis intenciones. Poético es también el sistema de mercado moderno: eso de vender la Mar del Sur embotellada, eso de vender besos por ebay o mercado libre, abrazos pagados a plazos fijos y con bitcoins, pedacitos de alma dejados en una foto digital. Fidelidad inquebrantable a las actrices porno. Ningún vanguardista, ningún futurista pudo haberlo postulado. Pero quien crea que lo nuevo es nuevo verdaderamente, quien crea que hay originalidad, quien crea que hay más autenticidad también está sobrevalorando. Son las mismas mugrillas decimonónicas presentadas en formatos nuevos, nada más, formatos que permiten el sedentarismo radical y que se expiden en garantías que dicen "autenticidad" (Como todas las otras mentiras y ficciones y novelas. Y es el mercado juez de lo veraz.) Formatos para la piedra con wifi, que no necesita moverse, que piensa que las facturas son más auténticas que la fe. No se sabe metafísica ni poética. Ni se sabe piedra. ¡Consciente de sí misma!

No es más fantasioso el siglo XXI que otros tiempos. Pero tampoco es más real. La originalidad ha sido derrocada y suplantada por la promesa burlona de la verdad.

lunes, febrero 17

¿Cuántos ratitos tiene un día?

(Espectáculo de luces en la oscuridad)
¿Lo he perdido todo?
La compostura. Los modales. La calidez. La sensatez.
¿Lo he perdido todo?
Yo no lo perdí. Se rebeló. Se sacudió. Se alzó. Se incendió. Se hundió en la profunda madrugada, donde no caben los recuerdos ni las consideraciones.
¿Lo he perdido todo? ¿La seguridad de clavar la palabra en el futuro?
No hay futuro. El futuro no lo sirve uno con recipientes graduados. El futuro se derrama o se incendia solo. No hay pirotecnia controlada, no hay festival de pirotecnias: el futuro se hace pedazos, se rebela contra planes y medidas. Todo control es violento.
¿Lo he perdido todo?
No hay futuro.
Aunque es posible, dicen por allí, es posible que el universo se haya formado de la nada. La inexistencia fecunda. La inexistencia que puede descomponerse en factores que, juntos, se anulan, pero que, separados, son. Todo vendrá, entonces, de lo que no hay. Y futuro no hay.
¿Lo he perdido todo?
(Telón)

sábado, febrero 1

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algo de suerte

suelo pensar que soy prudente. a veces corro riesgos, como todo el mundo, como cruzar la calle por abajo del puente, caminar borracho sobre la madrugada, mentarle la madre a un imbécil que no sé si esconde una daga o un revólver, fumar: idioteces comunes, en fin. por lo demás, la vida es tranquila, segura, dentro de cuatro paredes de piedra que uno piensa que pueden detenerlo todo: hasta una bomba.

pero luego viene una idea: una mujer, por ejemplo, que se le mete a uno en la cabeza. entonces las paredes empiezan a verse más gelatinosas. la mujer tiene su propia idea del mundo, sus propias seguridades. y se baila mal, sin ritmo. los impuestos suben y los planes se posponen. maldito estado, dice uno, maldito estado. vuelan los buitres: todo amenaza. todo tiene hambre.

y uno quisiera aferrarse a esa seguridad miserable de las cuatro paredes de antes, que encima no todos pueden tener, que se pueden caer con cualquier terremoto, que el banco puede robar. y lo que parecía tan sencillo puede perderse de pronto. todo puede perderse. uno no tiene nada. las manos vacías. y pierde sentido aferrarse. y te vuelves un astronauta en el espacio, sin propulsión ni a la vista la navecita que puede salvarte.

hoy me caí, de la manera más natural. hay hombres que caen y luego mueren, después de cierta edad. así de fácil. hoy me caí, pero tengo 29 años todavía y mucha suerte. ¿cómo no soy capaz de apreciar esta suerte, carajo? ¿es que soy malagradecido con el universo?

en fin: ahí va la canción del rockdrigo, otra vez:

la congruencia

muda el color del corazón con un vientecillo de aleteo de mosca, con un pelito de gato en el abrigo, y allá va la congruencia a desbaratarse como hecha de arena y enfrentada contra el mar. muda el color sin que uno quiera, sin que uno lo prevenga, y vienen con todo la culpa y la vergüenza, la duda, el fuego: se pierde la frágil invención del sentido entonces. luego, quedan sólo acusaciones y juicios a la hora de los sueños: pesadillas nada más. ¿y de dónde viene todo? de la angustia. de haberse creído vencedor de la angustia y encontrarse devuelto a ella, inmensa, horizontal como el abismo azul de las playas. vertiginosa, invencible, inimaginable. ¿es la aceptación de la incongruencia, del sinsentido, la libertad? para allá parece que van los budistas, pero yo no quiero, no quiero, me niego.

el principal de los refranes aconseja cuidado para pronunciar de esta agua no beberé. y la lección se enseña mil veces. se ensaña. ¿cuántos no la enfrentan nunca? no hay modo moral de juzgar quién es mejor de entrambas especies. ¿el más feliz? y sin embargo, es imposible que se pase de un lado a otro a conveniencia.  ¡pero esto tampoco es congruente!