lunes, diciembre 28

esto no es la confesión de un realista

he pasado muchas noches buscando figuras en las constelaciones, pero nunca he visto nada. los mapas estelares están llenos de figuras impresionantes, pero se necesitan mucha imaginación, mucha nostalgia o muchos transtornos para encontrar una osa o un hombre con cuerpo de caballo. necesitaría números en el cielo y un lápiz enorme, una computadora con un telescopio, cualquier tecnología barata y difícil de usar. necesitaría la cursilería que me viene sólo cuando estoy escribiendo en el blog, frente al monitor. necesitaría arneses cuando veo el cielo de la noche. para no sentir vértigo ni enormes angustias, para no llenarme de preguntas caóticas.
no es triste, sin embargo, carecer de la imaginación necesaria. no es triste no tener el seso lleno de dragones y de magos y de hadas castrosas saltarinas. el mundo es gigante. no necesito de la chaqueta mental para evadir el aburrimiento, no necesito el espíritu del poeta. los poemas me entretienen, me llenan de satisfacción ególatra cuando consigo interpretar uno, pero los poetas son insoportables. los soñadores también. las calles, los hoteles, las luces, la miseria, la maldad y la compasión humanas me son suficientes. me bastan. no se necesita nada más para tener combinaciones infinitas.

martes, diciembre 22

El futuro es una mezcla de pasados

Dentro de cien años, cuando mis ciento veinticinco no sorprendan ya a nadie, cuando los viejos dominemos el mundo y la ciencia nos haya dotado de juventud ilimitada, o de cuerpos cyborg, o vivamos en una caja metálica diminuta conectada a la red global de skynet, cuando las fantasías del terminator y la matrix se hayan ido al carajo y las cucarachas y las ratas sean nuestras únicas compañeras, nos reiremos del séptimo arte y de los otros seis. De villoro y de los profetas culturales de estos tiempos miserables. De tantas estupideces que creímos que pasarían, de los conservadores que tenían miedo de internet. De los que creían que en la red habría libertad. De todo.

Desayunaremos electrones, comeremos electrones, cenaremos electrones. No habrá ciencia ficción; consultaré en una base de datos una antología donde estén asimov y andersen sin distinciones. Sí, en la misma antología, culeros, y con minúsculas las iniciales de sus apellidos. Recordaremos el día en el que colgamos a los diputados, a los senadores, a los presidentes y a los jueces de los huevos, y el día en el que el sistema y las divisiones políticas se fueron al carajo. Me encenderé una mañana (porque ya el verbo despertar sólo se aplicará a las ratas y a las cucarachas si ellas también descansan así) y miraré el resto del sistema solar desde plutón, que ya desde ahora no se considera planeta. Lo miraré con nostalgia, con tristeza de todas las mentiras que ya no existirán, con rabia de las nuevas que tengamos para consolarnos. Las cosas habrán cambiado poco, a pesar de todo, a pesar de la desaparición de los funcionarios públicos. Volveré a Azorín (él con mayúsculas) y me daré cuenta de que hace más de dos siglos las cosas eran casi iguales. Los periódicos, las revistas, la situación humana. Me reiré porque habré vencido el cáncer, pero no los nuevos virus informáticos. Incurables y destructivos, pero no fatales. Y extrañaré algunas drogas, como el alcohol. Las drogas cibernéticas del futuro me parecerán mierda, la pornografía será toda sintética y la más valiosa la que se creó en el pasado. Una “bocanada” de neutrones, y luego otra y otra.

Buscaré el semanario científico y los desarrollos más novedosos de la teoría del caos, que no habrá sido superada por ninguna otra y que no será muy diferente a la que tenemos ahora. Y el semanario científico lo mandaré a la papelera de reciclaje esa misma mañana fría de plutón, y luego al olvido. Me siento ridículo ahora, porque a lo mejor la papelera de reciclaje será un concepto primitivo en aquellos años. Me acordaré de esto mismo y me dará gracia.

Esperaré la tarde, y luego la noche, y luego una nueva mañana. Tendré ganas de suicidarme, y me dará risa haber pensado antes que eso nunca me ocurriría, que nunca estaría cansado. Pero no podré autosuprimirme. La supresión de entes ocurrirá sólo en las guerras. Habrán pasado más de diez años desde la última guerra, y probablemente nunca ocurrirá otra después, porque todos seremos igual de miserables e insignificantes como siempre lo hemos sido, sólo que sin figuras hegemónicas. Sí, reafirmo que poco habrá cambiado, a pesar de todo.

No sé qué forma tendrán los robots regeneradores ni los limpiadores, estaré casi solo y nadie querrá suprimirme. Pedirle a alguien que te suprima será además delito. La pena para cualquier delito será el linchamiento. ¿Por qué no cometeré ningún delito? Porque seré imbécil y viejo, porque seré cobarde, también a pesar de todo. Los linchamientos serán dolorosos y yo anhelaré una muerte sin dolor.

Sí, querré morir, y esperaré otros cien años, y quizá mil y hasta dos mil, hasta que las cosas cambien de verdad, hasta que la humanidad considere que las personas tienen derecho a la muerte.

Lo tengo todo planeado.

lunes, diciembre 7

Los viejos de balderas.

Me alejé del ajedrez porque siempre he sido débil. El ajedrez me daba todo lo que se puede obtener del alcohol y de otras drogas. Hubiera muerto de hambre por jugar, hubiera airado a todos con mi obsesión, hubiera dado mucho por mirar y mirar simultáneas, por mirar y mirar problemas, y sin embargo, con mi empeño continuo hubiera caído en la más honda depresión porque no tengo talento. Es imposible que me aprenda las aperturas para estar al nivel de un buen jugador. Ni siquiera recuerdo los nombres de los personajes de una novela. Sólo los principales: Alonso Quijano, Bovary, Celestina, Pedro Páramo.
Hoy vi en Balderas a los viejos malandros que apuestan, silenciosos y rodeados de mirones que, para la fortuna de todos, también permanecen callados. Las mesas eran idénticas a las de una cafetería donde pasé mucho tiempo jugando, las luces también; incluso las lonas. Eso fue la felicidad unos años. No necesitaba otra cosa. Todos los juegos eran importantes, y me sentía poderoso jugando porque a pesar de la importancia tiraba como loco, tiraba sin pensar mucho, tenía el placer de mandarlo todo al carajo. Empecé a beber porque aunque mis vivencias no me parecían muy importantes, ni mi vida, todos los pasos los daba cuidadosamente, siempre con el miedo de que el más mínimo susurro podía desatar una tormenta. Cuando estaba borracho, la vida me parecía como el tablero, importante y arriesgada, sencilla, fácil de cambiar y de mandar al carajo.
Ahora ya no. Ahora todo me parece importante, y no quiero ni me da la gana mandar nada al carajo. Ahora no necesito sentir el poder de joderlo todo y seguir caminando tranquilamente para poder sentir que estoy vivo. Ahora puedo jugar al ajedrez como si fuera un juego y beber sin que sea importante para mí. Supongo que me he hecho viejo.