viernes, agosto 22

1 (va de nuez) Los charcos de vodka

Silvia recordó el agua helada y que en su casa no había una sola pastilla de jabón cuando quiso bañarse. Se tocó el rostro entonces y sintió en las yemas mugre y maquillaje. Además, el vestido se le pegaba al cuerpo, los zapatos le lastimaban los pies y el cabello se le metía en los ojos, pero a pesar de que muchos hombres la habían visto sin ropa y de que ahora estaba sola, no se desnudó porque algo como miedo o como pudor la tenía paralizada.
Y luego, el domingo iluminó con los rayos de su Sol la basura fresca de la mañana, y pronto vapores agrios y humores amargos inundaron la casa y la cabeza de la señora Robles, quien por rabia se escondía en guaridas oscuras y calmaba su sed como si cientos de cosacos hubiesen participado en su crianza. Los labios se le envenenaron, los brazos se le afilaron y la entrepierna se le llenó de espinas. Lloró ajenjo negro toda la mañana, y las sábanas de su cama quedaron sucias de tristeza. La transformación duró hasta que el único bar de la cuadra abrió sus puertas.