miércoles, septiembre 26

todo marcha?

aparentemente, todo se ha arreglado. nadie está molesto: todas las preocupaciones eran meramente individuales. sin embargo, sigue sin haber dinero seguro. recibí una maldita lección el otro día sobre la necesidad de tener aunque sea unos cuantos pavos, así que ahora me arrastro de nuevo en busca de currículum o algo de salario. me gusta esto de la revista, me gusta bastante, pero carajo, uno no puede hacer mucho si no hay para cubrir las tarifas del pasaje mínimo.

jueves, septiembre 20

inmensas ganas de orinar

tengo en esta silla y no hay baños por aquí. pero ya encontraré uno.
hace un rato, un par de niños intentaba jugar con sus monitos de plástico en el metro. nunca se habían visto, y sus madres entorpecieron la horrorosa y sangrienta pelea entre el sádico duende verde y el ágil felino tigger. entonces, me llenó la culpa por cierto incidente que nunca he contado como debe contarse.
he referido ya muchas veces la anécdota del futuro científico que no quería que, al crecer, su novia muriera en la explosión provocada por un accidente químico en un laboratorio, y todos los que la escuchan quedan admirados por la ingenuidad que un niño de primer año de primaria puede tener. pero lo cierto es que la razón por la que dejé a nayelli fue otra.
cuando teníamos entre 6 y 7 años, descubrimos la preciosa humedad de los besos sobre la piel juntos: ella y yo nos sentábamos hasta atrás y, si la maestra se distraía, nos llenábamos la cara, los brazos y el cuello de besos (ya en el bachillerato nunca me pude explicar que aline se riera de mí por la torpeza de mi lengua y la cobardía de mis manos).
en segundo año, a nayelli y a mí nos sentaron en grupos diferentes, y nos veíamos un rato afuera de la escuela (a su madre le parecía todo muy enternecedor; muchos años después me enteré de que no la dejaba salir más a la calle por miedo a que conociera los placeres dermifalovaginales). marchaon bien las cosas hasta que cierto día fatal me senté junto a una niña que me gustaba. observé su rostro un rato, y cuando casi terminaba la clase, le di unos besos en los brazos que, casi estoy convencido, por su risita tímida, le gustaron. me quedé tan atónito por el efecto, que a nallely le expuse en el recreo del día siguiente mi temor a su murte en una explosión provocada por mi incompetencia profesional cuando fuera científico.
nayelli se lo tomó muy mal. insistió, lloró, y cuando todo hubo terminado, se empeñó en perseguirme. recuerdo que me gustaba pasar frente a la puerta de su salón porque había organizado a las niñas de su grupo para que me jalaran y me metieran a la fuerza, y yo hacía como que me resistía.
de la otra niña no recuerdo su nombre, creo que nunca me atreví a pedirle que anduviera conmigo. y así es: desde niño soy un imbécil.

miércoles, septiembre 12

los caminos de la vida (no sé qué de mi vida será)

cuando josé josé comenzó su carrera musical, no tenía idea de que un auto sería su casa durante algún tiempo. y quién más lo podía imaginar, si no era otro vagabundo a quien nadie le creía el cuento de la fortuna que había perdido unos años antes. se lo conté al espejo el otro día, y me devolvió una sonrisa irónica.

pobre diablo. idiota. atraviesa la calle confiando en los semáforos. sale con media hora de anticipación confiando en el reloj para llegar al trabajo, sin saber que un tráiler ha estallado en la autopista y la ha dejado inutilizable. anda por la vida presumiendo el éxito de su nuevo amor sin saber que una fiesta aburrida y depresiva del domingo en la madrugada puede arruinarlo todo por la tarde. y encima, se ríe de mí. porque dice que el cerebro es la causa de todos mis problemas. afirma que siempre llego tarde a todos lados por mi manía absurda de analizarlo todo (sin mirar su imprudencia barata similar a la rebeldía cotizada en todos los escaparates del centro). al imbécil le gusta joaquín sabina y siempre me anda cantando corre dijo la tortuga, como si no fuera yo el que cada vez que lo ve le advierte que se cuide los huevos, porque un día de estos se los van a arrancar en el rastro.

aunque debo admitir que no estoy seguro de mis palabras. ¿será que es tan necio el que habla como el que no escucha?